Navidad

Por muchos años estuve dando la lata con que la Navidad es el nacimiento de Jesús y que nada tiene que ver con el viejo de rojo y esas celebraciones llenas de nieve, renos y árboles iluminados. Hasta he escrito muchas frases denostando al personaje polar. Y gracias a eso, debe haber mucha gente creyendo que detesto la Navidad.

Nada más lejos de la verdad.

Sigo defendiendo el punto: la Navidad es Cristo (Christmas, Christ, ¿les suena?). De él surge. Es su nacimiento. Según la tradición, la natividad del Emanuel, Dios con nosotros.

Se los recuerdo, por si acaso, no hay que olvidarlo nunca.

Pero en los últimos años he ido cambiando mi percepción de la Navidad, más allá del asco que aún me produce la comercialización extrema del evento. Y es que aún siendo una celebración con origen religioso, veo que se ha convertido, como muchos, en un evento global.

Y no es que los cristianos seamos mayoría. Las estadísticas indican que apenas somos 32% de toda la humanidad (fuente Wikipedia). Y sin embargo, hoy sabemos que se celebra Navidad en lugares del mundo donde en la mesa no se sienta ni un solo seguidor de Cristo.

Eso no es despreciable.

Podríamos esgrimir que tal nivel de difusión tiene raíz justamente en la excesiva y majadera comercialización del evento. Porque es curioso que la celebren con tanto entusiasmo en Japón y Corea, por ejemplo. Lo hacen porque es divertido, dicen. Claro, a la manera estadounidense: regalos, pascueros, nieve. Y poco tiene que ver con que muchas de las religiones no cristianas sí consideren a Cristo como un profeta muy importante, y lo respeten y veneren incluso más que muchísimos de los que dicen ser cristianos.

Sin embargo, y aparte de esos argumentos, creo que lo más relevante que logra Navidad es encender dentro de cada uno algo tan primario como la sensación de pertenencia.

Navidad es un llamado a reunir la familia, el clan, la tribu. Esa que tal vez no has visto en todo el año, aunque hoy la tecnología te permite conexión inmediata donde sea. Aunque no seas de andar aclanado por la vida, te haces el espacio, el tiempo y te juntas con ellos ese día en particular. Por eso talvez se anticipa tanto. Pero muy en lo profundo, se anhela.

Esa sensación de pertenencia está inscrita en nuestro ADN humanidad desde que esta era nómade. Dedicados a vagar por el mundo en caravanas, clanes caminantes expuestos a toda clase de peligros y de los que dependía literalmente tu vida, tu mejor opción era ir con los tuyos o quedar relegado, sin protección ni consejo.

Así, estar en esa noche junto a los tuyos se convierte en un evento esencial: te hace sentir que no estás solo en el mundo. Eso es mucho más profundo e importante que el regalo, la cena, los adornos, el viejo de rojo, el nacimiento, las luces.

Por eso ya no insistiré en que le den más importancia al pesebre que al arbolito, o a alegar que el viejo de rojo lo inventó la Coca Cola en los 50’s para vender más bebidas.

Prefiero creer que Dios sigue moviéndose entre nosotros de manera a veces incomprensible a nuestra limitada inteligencia. Y que ese niño que nace, se celebre como se celebre, siga recordándonos a cada año la mayor de todas las verdades: que jamás estamos solos y que todos somos parte de una única y gran familia.

Todos somos uno.

Feliz Navidad.

Don Búho.

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